La educación es cosa de todos
Juan Pablo Marín Martínez
Maestro de Audición y Lenguaje
«La educación es cosa del corazón» -decía D. Bosco-, y es inútil que tratemos de ocultar la pobreza de nuestros recursos pedagógicos tras la fronda y hojarasca de unos métodos por científicos que parezcan, tal como advertía R. Lang, porque «una técnica utilizada sin el corazón debe ser abandonada», ya que está abocada al fracaso. La educación es compromiso del educador-familia con la promesa esperanzada del inmaduro en su tendencia a la autorrealización personal.
Sólo el niño que se siente seguro es capaz de avanzar saludablemente en el camino del desarrollo (A. Maslow). Por eso el largo proceso educativo no queda como un paradigma conductual, en el que el alumno aprende sólo, sino como un paradigma constructivo en el que se da una relación iterpersonal donde el maestro es uno de los polos, condescendiendo en dicho proceso.
Algunos alumnos encuentran en la escuela un lugar donde aprender, para otros no es más que un divertimento sin conocimientos útiles para aplicarlos en la sociedad. Otros encuentran en ella una escucha a sus motivaciones e intereses que en casa no se ofrecen, siendo los maestros, para algunos, los verdaderos padres.
Se tendría que dar una relación entre lo que se aprende en casa, lo que se trabaja en la escuela, y entre lo que oferta la sociedad, para así poder sistematizar la cabeza de los alumnos.
Porque es lo que hay que hacer con los alumnos, que aprendan a discernir lo bueno de los malo, lo verdadero de lo opinable, que aprendan a «aprender a aprender» a relacionar toda esa serie de conocimientos que se le dan en su proceso educativo para que no caigan en un saco roto, y en definitiva para hacer mucho más humana la enseñanza.
Para ello trataremos de seguir las líneas metodológicas de César Coll, partiendo del nivel de desarrollo del alumnos, de sus conocimientos previos, asegurando, la construcción de aprendizajes significativos,… siendo servidores de nuestros alumnos, guiándolos en su proceso de desarrollo, teniendo un amor y respeto por la acción docente, en un clima de diálogo, libertad e igualdad.
Sin olvidarnos de la familia como principal responsable de ese proceso en su colaboración, siendo la continuación de lo que se aprende en la escuela, formando a sus hijos como personas que decidan libremente.
Los padres, como titulares del irrenunciable derecho-deber educativo, y los educadores profesionales, como subsidiarios en el ejercicio de esta magna responsabilidad, persiguen, una utopía de hombre que responde a la filosofía de la vida que preside sus esquemas mentales.
Porque no hay que olvidar que los verdaderos responsable de la educación de los niños son sus padres, la escuela sólo ayuda a dicha educación.
La educación es un arte, y como tal ha de proceder con lúcida conciencia del que domina las reglas del oficio y con la prudencia del que ama lo que hace. No vale como educador el que no cae en la cuenta del dolor que sus palabras y acciones pueden producir en los niños.
Es una tarea muy importante y laboriosa, fundamental para el desarrollo personal y social de esos niños y niñas que demandan cada día más una atención y una formación.
El fin o meta del sistema educativo se plantea como una utopía, ya que se pretende conseguir la formación integral y plena de los alumnos en todas sus dimensiones tanto intelectuales, físicas, afectivas, cívicas…
Para no desanimarnos en esta difícil tarea quedarnos con un proverbio japonés que dice así: «No digas: Es imposible. Di: No lo he hecho todavía».